
Hace seis meses corrí mi tercer major: Nueva York. Mi carrera más esperada, que me brindó una enorme felicidad y tristeza al mismo tiempo y que tal vez por eso apenas ahora recordé que no había plasmado en el “papel” todo lo que fue correrla.
Luego de un año de pandemia, de no saber qué iba pasar, de esperar si se podía volver a correr en las calles o no, de no saber hasta cuando quedaban suspendidas, nos dieron el SÍ para que la edición número cincuenta de la maratón de Nueva York pudiera hacerse finalmente el 7 de noviembre de 2021, y así la ilusión de esa carrera que venía esperando por años por fin iba a cumplirse. Por años porque llevaba tres veces fallidas en el sorteo, una carrera virtual para ganar el cupo y una pandemia. La carrera que más me he soñado correr en la vida por fin iba a materializarse (por encima de Boston que es la más icónica y a la que le tengo otro significado diferente) porque Nueva York era en mi bucket list, la maratón de las maratones. Y es un bucket list grande, donde no pienso solo completar los majors, esa es una meta paralela a las muchas que quiero cruzar y lugares por los que quisiera correr en mi vida.
Hice todo un reportaje a partir de videos cortos de lo que fue el proceso, no solo para darme ánimo durante él, si no para también poder compartir, con alguien o con muchos, lo que es correr para mí y lo que involucra un proceso de preparación de una carrera de “largo aliento” como se le dice popularmente, o al menos una parte de ese proceso. Hoy al verlos nuevamente, me siento inspirada por esa chica que veo en los videos, orgullosa de ella y satisfecha con el resultado, inmensamente agradecida.
Y es que Nueva York me llevó a un estado de éxtasis, donde perdí la conciencia del mundo exterior durante esos kilómetros y conseguí disolverme en una experiencia mística, de esas que uno vive una vez, porque no tengo asegurado correrla nuevamente en esta vida (todavía), logrando una meditación profunda con mi cuerpo y mi mente, con los gritos de aliento, con las calles abrazándome en cada paso en esa ciudad de ensueño que nunca duerme y logrando una armonía y un placer innombrable e inexplicable.
Pero al mismo tiempo, todo ese éxtasis que me acompañaba se vino abajo cuando me encontré frente a frente con un dolor, con una herida que me impedía continuar al ritmo que mi cuerpo quería, pero donde mis ganas y mi mente fueron mas fuertes y pelearon hasta final, así hoy en día, después de seis meses, aún estemos lidiando con las consecuencias. Con lágrimas, la meta se movía cada vez más lejos, la velocidad se me iba de las manos, las caras de gritos de alientos se intensificaban, los altos rascacielos me encerraban en esa impotencia del momento. Alcé las manos de felicidad por estar ahí, por el privilegio y la oportunidad, por haber llegado y porque es lo que uno hace cuando gana, pero donde no era sincera la felicidad por que el dolor era más fuerte.
Y no es que no este orgullosa, es que si se trata de hacer catarsis, así fue ese momento. Pero la tristeza no es necesariamente algo malo, es una emoción que nos ayuda a recuperarnos emocionalmente de las pequeñas perdidas de la vida y a generar nuevas soluciones y ganas de salir de ellas, no es racional y solo busca expresar un sentimiento que no debería estar asociado al fracaso, sino por el contrario, al haber superado algo muy importante, al haber ganado. Estar tristes nos hace mejores personas.
Y vino la tusa, no solo de que se acabo la carrera y su proceso, sino además de entrar en un estado de una cierta resistencia o no aceptación por cómo terminó, pero donde así fue como debía terminar.
Así como una separación hace parte de haberse enamorado y la primera cita es la apertura para conocer el amor de tu vida, una carrera empieza desde el momento que le das click a inscribirte hasta el día de cruzas la meta. Y como todo, tiene altos y bajos, puedes correr con la suerte de que funcione o no. Pero aprendes a soltar el resultado, a entregarte a la situación de la forma que la vida te la entrega, a intentarlo así no te aseguren el resultado que esperas, a aprovechar las oportunidades con las herramientas que la vida te ha enseñado, “a perder el equilibrio como parte de vivir una vida equilibrada”.
¿Qué son 42.195 kilómetros?
Son historias, son respiraciones, son emociones, son lágrimas y sonrisas, son miedo y confianza, son amor y desapego, son caídas y aprendizajes, son desmotivación y ganas, son dolor y superación, son sacrificios y logros.
Se viven paso a paso, te enseñan el significado de progreso, y así como la vida, no se miden en velocidad sino en adaptación, donde uno elige su camino y su meta, teniendo una visión a largo plazo y apreciando cada parte del proceso ¡disfrutando el viaje completo!
¿Con qué seguimos?
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